Durante la última época glacial un ancho istmo unía a Siberia con Alaska, el llamado puente de Beringia. Humanos y animales circularon por allí una vez que el paulatino retiro de inmensos glaciares permitieron el paso. Fueron explorando progresivamente hacia el Sur, buscando los territorios donde había agua para beber y leña para calentarse, privilegiando cavernas y abrigos rocosos para reparo y habitación.
La llegada de estos nómades a las tierras magallánicas fue la culminación de una larguísima marcha transcontinental.
Los aoenikenk, también conocidos como patagones o tehuelches del Sur, ocupaban desde el Río Santa Cruz hasta el Estrecho de Magallanes y desde el Atlántico hasta la precordillera.
Hubo distritos de concentración de poblamiento que respondían a la mayor existencia de recursos, como lo indican los casi tres centenares de sitios arqueológicos encontrados donde se pueden observar huellas habitacionales, talleres líticos, lugares de matanza y faenamiento de presas, sitios enterratorios y parajes ceremoniales.
Más que dueños, se sentían administradores de sus tierras y llamados a proteger su entorno para asegurar la permanencia indefinida de sus congéneres sobre el territorio.
Eran altos y robustos, lo que explica la mitología existente durante siglos: antiguos mapas que describen el territorio como “tierra de gigantes”. El hecho de que cubrieran sus pies con cueros de guanaco, rellenos de paja por dentro para protegerse del frío, hacía que sus pies se vieran de gran tamaño, por lo que fueron calificados de “patagones” por los extranjeros que los vieron por primera vez y su territorio nombrado como Patagonia.
Su vivienda era portátil y simple: palos que se hincaban en el suelo en dos o tres hileras de altura descendente, la hilera menor era la que se exponía al viento, para que la superficie expuesta fuera pequeña. No era mayor a 20 metros cuadrados, se cubría con cueros cosidos con el pelo hacia adentro y podía albergar a una o dos familias, sus útiles y sus perros.
Fabricaban puntas de piedra que podían ser utilizadas tanto como proyectiles, puntas de flecha, dardos o lanzas o, con mango, como cuchillos y raspadores para trabajar las pieles para vestimenta. Usaban boleadoras para la captura de piezas de gran tamaño y trabajaban todo tipo de piedras (basalto, sílex, cuarzo, jaspe, ópalo y obsidiana) además de la madera, el hueso, el cuero y el junco.
El trabajo de las mujeres era mucho más intenso que el de los hombres que se reducía a la caza y a artesanías relacionadas con la fabricación de armas o instrumentos de uso mágico o lúdico. Todo el resto de las actividades eran tareas femeninas: el abastecimiento de leña, la construcción y desarme de las viviendas, preparación de alimentos, el cuidado de los niños y diversas artesanías.
Kooch, era el todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, de la separación entre la luz y las tinieblas y del Sol-hombre y de la Luna-mujer. Existían también espíritus benéficos y maléficos relacionados con los fenómenos de la naturaleza y las enfermedades. Axshen, dueño del calafate, planta muy importante en la mitología aoenikenk, habitaba en los bosques cordilleranos y era el que producía las enfermedades en los niños. Maop, era el viento helado que apagaba los fuegos en las llanuras, y mataba a los pajaritos. Pero era Elal, hijo de Kooch, el más importante, el padre cariñoso que cuidaba de sus hijos, era el mítico personaje que daba origen de los humanos, quién había organizado el mundo a través de las estaciones, que los proveía de alimentos ya sea a través de la tierra o el mar, que les había enseñado el uso del fuego y la fabricación de armas perfectas para su sobrevivencia. Por todo eso ellos se hacían llamar: hijos de Elal.
Sucesos trascendentales de la vida como el nacimiento, la pubertad femenina, el matrimonio y la muerte, eran acompañados de prácticas rituales complejas respetadas por todos. Sin embargo, en el tiempo histórico reciente, mediados del s.XIX en adelante, se habría producido un progresivo olvido de las tradiciones religiosas de este pueblo.
A partir de la llegada de los europeos a sus extensos territorios, desarrollarán con ellos un intenso comercio, producto del cual cambiarán sus intereses y su costumbres, lo que los llevará a la pérdida de su cultura ancestral.
A fines del siglo XIX , al coincidir la ocupación pastoril de Magallanes, con los territorios de caza de los aborígenes, éstos últimos se vieron gravemente afectados en su sobrevivencia, al no poder ingresar a estos campos que devinieron en propiedad particular.
Uno de los tantos afectados fue el jefe aonikenk, llamado Chumjaluwün, apodado Mulato por lo colonos y muy apreciado en la región por su espíritu conciliador. Ante este hecho, el gobernador de la época, Manuel Señoret, buscó una solución para él, logrando que por Decreto del Gobierno de Chile dictado en 1893, se le concediera permiso provisorio para ocupar y explotar 10.000 Hás. de terrenos fiscales, ubicadas al oriente del río Brazo del Zurdo. Para mantener esta buena relación con las autoridades chilenas, Mulato, inclusive, estuvo dispuesto a ir con su familia a Estados Unidos en 1904, para ser exhibidos en la feria de San Luis, junto otras etnias de todo el mundo, en los tristemente célebres “zoológicos humanos”.
Sin embargo, en Septiembre de 1905, el gobierno chileno realizó una subasta de tierras adjudicando las hectáreas cedidas a los aoenikenk a la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego. Ante este hecho, Mulato realizó un viaje de más de 2.000 km. con su familia a Santiago para hablar con, el entonces presidente de Chile, Germán Riesco. Este lo recibe, pero no le da solución. Terriblemente desilusionado Mulato vuelve a Magallanes. En este viaje, su sobrina que lo acompañaba, contrajo la viruela y fallece antes de llegar de vuelta a Punta Arenas. Contagiados, fallecerán unos días después su mujer, su hijo y el mismo Mulato.
Un triste final para una familia aborigen que sólo intentaba el reconocimiento de su derecho de habitar las tierras que ancestralmente le pertenecían.
También conocidos como Onas, habitaban la Isla Grande de Tierra del Fuego junto con los haush. Su físico era robusto y bien desarrollado: la bahía Gente Grande fue bautizada así por el aspecto de los selk´nam que encontró Pedro Sarmiento de Gamboa en 1580.
Los haush habrían arribado antes de los selk ‘nam y sólo poblaban un reducido territorio al sureste de la isla. Se estima entre 3.500 a 4.000 individuos la cantidad de selk’nam y haush al comienzo del siglo XIX.
Los selk’nam distinguían entre “párik”, la región de las praderas al Norte del río Grande (río Hurr), y la zona boscosa al Sur de éste, “hersk”. Cada familia o grupo de familias tenía su territorio de caza, su “haruwen”, que debía ser respetado. No había tierras ni cursos de agua sin dueño. Para ingresar a un territorio ajeno era necesario un permiso. La violación de un territorio podía ser motivo de guerra, pero al varar un cetáceo compartían: la abundancia de carne invitaba a encender un fuego de aviso para los demás clanes. Se aprovechaba la ocasión, además, para ceremonias y formación de parejas.
Cada “haruwen” estaba asociado a un cielo que correspondía a su ubicación con respecto a los puntos cardinales. Los cielos selk´nam eran el Norte, el Sur y el Oeste, y los cielos haush el Norte, el Sur y el Este, ya que habían sido despojados del lado Oeste por los selk´nam.
Eran soberbios cazadores de guanacos mediante flechas o boleadoras. La caza era de mucha mayor importancia que la pesca o la recolección, y ejercerla con éxito era fuente de autoridad y respeto. El selk´nam, generalmente cazaba solo, acompañado de sus perros, extraordinariamente bien adiestrados, para seguir las huellas del guanaco y arrinconarlo.
En el Norte de la isla , donde había menos guanacos también se cazaban roedores como el cururo de exquisita carne y suave piel, pero su caza no brindaba prestigio, era actividad de mujeres y niños. El zorro también era apetecido especialmente por su piel.
Los abundantes lobos marinos y aves completaban la dieta y en su caza participaba toda la familia. Para la caza de los cormoranes que anidan en las rocas existían cazadores especializados a quienes se les otorgaba el título honorífico de “horn” por lo riesgoso de su tarea.
La mayor parte del trabajo descansaba sobre las mujeres las cuales estaban sometidas a sus maridos, que podían castigarlas físicamente. Un selk´nam podía tener varias mujeres a su servicio.
Tenían dos tipos de vivienda, una sencilla y portátil, apropiada a su nomadismo, que era armada, desarmada y cargada por las mujeres, y la otra, una choza cónica construida con madera, de 3.5 a 4.5 metros de diámetro, para las estadías mas largas, por ejemplo, para la celebración de los Hain.
Vestían ligeramente, con excepción de sus hermosas capas de zorro o guanaco, que usaban con la piel hacia afuera. Se calzaban con mocasines hechos con la piel de las patas del guanaco. Para las caminatas en la nieve usaban polainas de cuero. Se completaba este atuendo con un gorro de piel triangular (Kochel) que amarraban sobre la frente y que era símbolo de su hombría. También usaban tocados de plumas. Se pintaban el cuerpo y la cara de colores rojo, blanco y negro, dependiendo de la ocasión: caza, combates, torneos, duelos o ceremonias.
El principio generador de los acontecimientos del universo tenía su origen en un espíritu superior anterior al tiempo. Su nombre era Timaukel: ser que está allá arriba, ser omnisciente y omnipotente. Este ser era lejano y con él debían reunirse después de la vida. Pero quienes los habían creado y puesto en Karukinka a ellos y a sus antepasados, eran los Howen. Karukinka (Tierra del Fuego) territorio de grandes recursos era para ellos un paraíso terrenal.
La ceremonia más importante de su mitología era el Hain, una verdadera liturgia de introducción de los varones a la pubertad, en que se les traspasaba el secreto de su superioridad frente a las mujeres.
El Hain era una ceremonia ritual que contenía toda la ideología que sustentaba a la sociedad selk´nam y que tenía su fundamento en dos mitos: el mito del matriarcado (origen del Kokleten de las mujeres) y el mito del primer Hain (origen del Kokleten de los hombres).
Estos mitos son una justificación de la estructura de poder de la sociedad selk’nam y una fórmula para mantenerlo.
Circulaban como dueños absolutos de las estepas y los bosques de la Isla Grande, por senderos que según sus mitos habían sido pisados por héroes primordiales, semidioses. En su hábitat tenían aguas sagradas y montes tutelares.
Un viajero preguntó si eran tan rápidos por la necesidad de correr tras los guanacos en la estepa: le contestaron que no, que no era necesario, que eran tan livianos por el deseo de asemejarse cada uno a su “caspi”, su alma, su espíritu traslúcido. Los europeos encontraron chamanes, sentados en la tierra helada, cara al viento, meditando inmóviles. (1)
(1)Texto creado por Miguel Laborde Duronea
El territorio que frecuentaban se extendía entre el Golfo de Penas y el Estrecho de Magallanes.
Gran parte del territorio kawésqar son islas y archipiélagos que no tienen playas abordables por la densidad del bosque magallánico. Los canales son de aguas tranquilas pero el clima es extraordinariamente lluvioso y frío, con temperaturas que oscilan entre 0 y –5 ºC en invierno y no superiores a los 10 ºC en verano.
Se dedicaban a la captura de lobos marinos, nutrias y delfines, a la extracción de moluscos, a la caza de aves, la recolección de huevos y al aprovechamiento de cetáceos que varaban en las costas. También cazaban huemules ayudados por sus perros y recolectaban frutos y hongos silvestres.
Notables eran sus instrumentos elaborados con huesos de mamíferos marinos: puntas de arpón mono y multi dentadas, punzones, agujas, y cuñas. También fabricaban cuchillos a base de valvas de mariscos o cuchillo de concha. Para la caza del lobo marino fabricaban una gran red hecha de tendones o hebras de cuero.
Estaban organizados en grupos de familias poco numerosas. Los hombres nombraban un jefe para las excursiones de caza en tierra, cargo que era heredado.
La mujer estaba a cargo de la crianza de los hijos, del manejo de la canoa y de la pesca de moluscos mediante buceo. Cuando un grupo acampaba en un mismo sitio, efectuaban intercambios de productos, especialmente en los largos períodos en que compartían la varazón de una ballena.
Habitaban la mayor parte del tiempo en sus canoas circulando por los canales en busca de alimentos, en ellas iban incluso sus perros, armas, utensilios domésticos y material para asentarse en algún lugar de la costa si valía la pena.
Sus habitaciones eran simples, construían un toldo o ruca con ramas en forma de cúpula cubierta con pieles de animales, generalmente, de lobo marino. Desperdigadas a través de la costa, podían ser usadas por el que las necesitara, pues no las desarmaban al cambiarse de asentamiento. Las mujeres dormían cerca del fuego y los hombres a la entrada de la ruca.
Sus canoas o hallef, eran de diseño sencillo, livianas y rápidas. Las construían con corteza de árboles. También usaron una embarcación de tablas cosidas e impermeabilizada con barro mezclado con pasto. Mantenían brasas en la canoa para cocer los alimentos y calefaccionarse.
Vivían desnudos en toda estación, aun con el tiempo más crudo, usando sólo una capa corta de piel de lobo, huemul, nutria o coipo, que se llevaba atada al cuello.
La muerte es el tema recurrente en la mitología kawésqar. Distinguían tres aspectos en el ser humano: el cuerpo físico, la fuerza vital que mueve el cuerpo “aksaemhar” y el alma “os”. Cuando la persona muere la fuerza vital abandona el cuerpo, pero se une al alma que no muere. Es decir, el “aksaemhar” hace que el alma viva y actúe en el mundo de la muerte.
Los muertos se comunican con los vivos a través del sueño, el cual es la conexión entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Cuando se produce una muerte a distancia, el alma de una persona se puede comunicar con los vivos a través del sueño o mediante ruidos o reacciones poco habituales de animales, por ejemplo, un delfín que se acerca a tierra, nos está diciendo algo, porque está mostrando una conducta que no responde a su comportamiento habitual.
Creían en un ser supremo y creador, “Xolás”, que dirigía la acción humana y en un espíritu maligno, “Ayayema”, que producía mala suerte, enfermedad y muerte.
Existía una ceremonia de iniciación a la pubertad, tanto de hombres como de mujeres, el “Kalakai”, cuyo objetivo era completar la educación paterna para que el individuo fuera capaz de valerse por si mismo. Se reunían en una gran choza y se designaba un conductor de la ceremonia que enseñaba los códigos morales. Esta ceremonia podía durar seis a diez semanas, dependiendo de la provisión de alimento. También tenían una ceremonia secreta el Owurkan, semejante al Kina yámana y el Hain selk´nam destinada a justificar y mantener su superioridad sobre las mujeres.
Se pintaban el rostro y el cuerpo para las ceremonias y para demostrar sentimientos y acontecimientos.
La cultura kawésqar contaba con una clasificación de sus relatos de acuerdo a los motivos que llevan a la muerte a los protagonistas de estos cuentos: muerte por rompimiento de tabú, muerte por engaño, muerte por venganza, muerte por criaturas monstruosas, muerte por conflicto entre grupos antagónicos y un último grupo que reúne diversidad de motivos de muerte.
Tenián narradores profesionales poseedores de una habilidad y técnica narrativas muy difíciles de igualar para un hablante corriente de la lengua kawésqar. Como prueba de ello transcribimos dos versiones del Cuento de la Mujer Luna que muestran la especial manera de narrar de esta etnia y cómo el relato puede variar de acuerdo a su intérprete.
Según Anne Chapman*, durante el último periodo indígena, un número importante de kawésqar habitaban en un pequeño sector sobre la costa sur de Bahía Inútil, frente a la Isla Dawson, más precisamente en la zona boscosa, manteniendo su estilo de vida nómade tradicional. Esta descripción coincide con la localización de Puerto Yartou, pero lamentablemente no se tiene ningún registro de alguna relación entre los habitantes de Yartou y los kawésqar.
En 1937 la Fuerza Aérea de Chile construyó una estación de apoyo a una línea aérea experimental de hidroaviones que uniría las ciudades de Puerto Montt y Punta Arenas. Alrededor de esta estación se reunió espontáneamente la dispersa población kawésqar, y comenzaron a vivir allí en forma permanente cambiando su tradicional estilo de vida nómade por el sedentario. Con fecha 17 de febrero de 1969 fue fundado oficialmente este lugar con el nombre de Puerto Edén para integrarlo al sistema poblacional chileno.
A fines del siglo XVIII comenzó el desfile de balleneras y otras naves dedicadas a cazar mamíferos marinos; tal era su abundancia que el marino John Byron, abuelo del poeta, reclamaría que era imposible dormir por el sonoro surtidor de las alfaguaras de las ballenas. La costa oeste de Estados Unidos, especialmente Nantucket, comenzó a prosperar con la venta de subproductos de lobos marinos, focas y, especialmente ballenas, de cuya grasa se haría el aceite para iluminar las calles y hogares de todo el país del norte. Sus cazadores, y también los ingleses, entrarían en un sistema de trueques con los kawésqar, para que estos avanzaran con sus redes y arpones, a cambio de alcohol y alimentos. La contextura de los canoeros, no estética pero sí resiliente y ajena a enfermedades pulmonares, comenzó a debilitarse.
Los sacerdotes salesianos fundaron una misión protectora frente a Puerto Yartou, en la Isla Dawson, la que llegó a acoger cerca de 200 nómades del mar, pero la forma de vida y el uso de indumentaria de lana que con las lluvias se impregnaba de humedad – acostumbrados a una desnudez que los protegía- les causó aún más daño. Su número fue disminuyendo a medida que avanzaba el siglo XX, contagiados de males infecto contagiosos que no conocían. Sus conchales fueron quedando como único testimonio de su paso por estos territorios.
Esta etnia, también conocida como Yámanas, habitaron las regiones más australes del mundo. Recorrían los canales fueguinos intentando alejarse lo menos posible de las costas. Sus territorios comprendían la costa sur de la Isla Grande de Tierra del Fuego y las islas que conforman el archipiélago del Cabo de Hornos.
Dejaron un notable legado arqueológico y cultural. Cientos de conchales, varaderos de canoas y corrales de pesca a lo largo de las costas de la Isla Navarino y otras islas del archipiélago son testimonio de su cultura material, y representan una de las mayores concentraciones de sitios arqueológicos del mundo.
Sus conchales eran absolutamente originales, pues no sólo eran los lugares donde se reunían a comer moluscos sino que también servía de vivienda que protegía contra la rudeza del clima: los yaganes socavaban el suelo creando grandes hondonadas de hasta dos metros de profundidad en el fondo de las cuales levantaban sus chozas, lo que les servía para estacionarse y esperar el retorno del buen tiempo para hacerse a la mar a buscar alimento.
Los corrales de pesca consisten en cercos de piedra tendidos entre las dos orillas de una entrada de mar angosta. En el centro se ponía una trampa que permitía la entrada de los peces en marea alta, cerrándose la compuerta al llegar la marea a su máximo, quedando de esta manera los peces atrapados , lo cuales eran recogidos cuando bajaba la marea.
Los varaderos de canoas eran sitios donde se guardaban las embarcaciones para protegerlas de la resaca, de los golpes del mar o para repararlas. En los sitios arqueológicos se pueden observar los canales en la arena donde arrastraban las canoas. Hacían estos canales retirando la arena gruesa y dejando sólo la fina, para que al arrastrar la canoa no se rompa su delicada estructura de corteza.
La mujer tenía un papel importante en la economía, pues colaboraba al unísono con el hombre en la extracción de recursos, especialmente en la caza del lobo marino de dos pelos, recurso alimenticio fundamental para esta etnia que junto con las varazones de ballenas, les proporcionaban las calorías necesarias para soportar el frío.
La canoa Yagán era fabricada de corteza de coigüe de una sola pieza, que era sacada del árbol con una cuña de hueso de ballena. Al centro, sobre piedras, iban brasas para cocer los alimentos y calefacción.
Las mujeres remaban y el hombre en la proa de la canoa manejaba el arpón. Ellas nadaban y buceaban desde la canoa en busca de mariscos y peces. Los hombres se encargaban de la caza en tierra ayudados por perros. También recogían hongos, huevos de pájaros y frutos silvestres.
Fabricaban herramientas de hueso, madera, conchas, cueros, barbas de ballena y piedra.
Tenían dos tipos principales de chozas, la abovedada y la conoidal. La conoidal, utilizada en la zona este y central del territorio, era fabricada de 10 o 12 troncos que se enterraban e inclinaban hacia el centro. Los espacios entre ellos se rellenaban con terrones, pasto o algas secas. También se podían cubrir con pieles de león marino que se ataban con correas de cuero. La choza de forma abovedada, se usaba en el oeste y suroeste del territorio y se construía con una gran variedad de troncos delgados, largos y flexibles. Se doblaban y unían unos con otros y entre las varillas se hacia una amarra con juncos y las paredes se cubrían con pieles de lobo de mar y por el exterior se colocaba musgo y pasto para formar un muro que frenara el viento.
Se pintaban el cuerpo, y especialmente la cara, de colores rojo, blanco y negro utilizando líneas y puntos usados estéticamente y con un determinado significado. Andaban desnudos salvo una pequeña capa de piel de lobo, zorro o nutria y se cubrían los pies también con piel atada al tobillo. Las mujeres usaban un pequeño delantal que les cubría el pubis y se adornaban con brazaletes, collares, pulseras y tobilleras de conchas y huesos de pájaros, que fabricaban ellas mismas.
Creían en un ser supremo: Watawineiwa, cuya voluntad los hombres debían cumplir. La naturaleza tenía un nivel divino.
Los chamanes eran muy respetados y temidos. Había escuelas de chamanes o loima-yecamus. Los chamanes curaban, predecían y ayudaban con su poder espiritual para lograr una buena caza. Se suponía que actuaban comandados por un espíritu que había ocupado su cuerpo.
En la ceremonia del Ciexaus se adquiría un entrenamiento para la vida adulta y era una ocasión de reunión para las familias. Había otra ceremonia llamada Kina que tenía la función de establecer la superioridad del hombre frente a la mujer, al igual que el Hain de los selk’nam, asunto que contradecía el funcionamiento social de los yámanas. Esta ceremonia seguramente había sido copiada de los selk’nam, en cuyo caso sí correspondía a su forma de relación con el sexo femenino.
Los muertos eran depositados en abrigos rocosos envueltos en trozos de cuero y corteza de árboles aunque también hay constancia de la existencia de la ceremonia de cremación. Nunca más volvían al lugar donde habían depositado sus muertos.
Este contingente humano, el más remoto y aislado del continente americano, fue el último en ser conocido por los europeos. En 1624, la flota holandesa del almirante Jcobus L´Hermitte se encontró con algunos indígenas en la bahía Nassau. De este encuentro surge el legendario Informe Schapenham donde se hace una descripción poco fidedigna del físico de los naturales. Pero mucho mayor error fue, sin duda, la descripción que hizo de ellos Fitz Roy quien los trató de “remedos de seres humanos” y mas aún la descripción de Charles Darwin quien los califica de seres humanos “abyectos y miserables”.
La caza del lobo marino de dos pelos hasta agotar el recurso, realizada tanto por estadounidenses como por europeos (1) junto con el contagio de enfermedades desconocidas para ellos (2), los diezmaron rápidamente.